COMPARECENCIA (IN)VOLUNTARIA es un libro complejo, un libro arqueológico y un archivo latente. La idea y la forma sobre la cuál puedo hablar, recomendar y referirme al libro me parece, en cierta medida, clara: es un libro sobre una historia y un archivo tan personal que tiene que rodear la escritura y la potencia del lenguaje para llegar a lo que existe cuando se nombra.
¿Hay una declaración ministerial? Sí ¿Lenguaje burocrático? Sin querer ¿Hay ensayo sobre la violencia? Sí ¿Hay un delito expuesto? Sí ¿Hay testimonio? También y sobre todo.
Es difícil hablar un poco de este libro, la experiencia de lectura es tensa y luminosa en la misma medida, contundente y ambigua también. Creo que es una tarea ardua porque, además de tratar de un tema delicado en un país con un gran número de víctimas sobre el mismo delito y otros más, este libro se construye desde una voz tan propia que se expande, se fragmenta y se reafirma, o en palabras de la autora: “Me cuesta trabajo entender que es un texto que se trata sobre mí. Me extraña su léxico, su coherencia, su composición”.
Dicha consistencia errática y difusa sobre el yo, considero, recae en el rechazo contundente a la burocracia institucional y a una potencia sobre nombrarse como una forma de enfrentar la violencia no sólo sistemática y física sino también narrativa. Un propio testimonio, como la misma literatura debe serlo, una forma de entender el mundo y nombrar las cosas.
Esta voz potente y destellante, me parece como escribí muy al inicio de este texto, un ejercicio arqueológico del yo. A lo largo de toda la fragmentación del texto (que se acompaña del bello diseño editorial), el uso de la primera persona en singular nos coloca a nosotras como lectoras en una suerte de testigo, de escucha, de compañía, siguiendo los pasos y, particularmente, viendo el archivo vivo mientras pasamos la página, construyéndose mientras es leído.
El yo que decide escribir, ser escritora, y trabajar un evento traumático desde la misma labor es también luminosa. Escribo luminosa porque me parece un ejercicio de minería, de arqueología del tema, una búsqueda ardua con pico y pala en la escritura para lograr una belleza narrativa increíble; fragmentada y muy propia. Cuando escribo esto recuerdo a Anne Carson cuando en La belleza del marido escribe “Una herida despide su propia luz. / Dicen los cirujanos. Si todas las lámparas de la casa se apagaran, podrías vendar esta herida con el resplandor que de ellas surge”.
Un libro denso, doloroso y resiliente. Un libro igual de hermoso como de necesario.
Reseña de Yomara Naomi